A los 16 años no sabía qué haría con mi vida; al entrar a la OSIM mis ojos se abrieron y miraron más allá de mí

Adrián Izquierdo Ayala, tubista profesional con maestrías en el Conservatorio Claudio Monteverdi de Bolzano, Italia y la Universidad de Texas Valle del Río Grande, Estados Unidos

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“Si le hubieran preguntado a mi yo de 16 años ¿cómo me veía en el futuro o qué quería hacer en un futuro? seguro hubiera dicho que nada, porque ni siquiera sabía qué iba a hacer al otro día. Mi vida no tenía dirección ni rumbo, y además mi padre había fallecido”, relata Adrián Izquierdo Ayala, tubista profesional y ex OSIM de las selecciones 2005 y 2006, quien hoy vive en Wisconsin, Estados Unidos, donde estudia un Doctorado en Dirección musical en la Escuela de Música Mead Witter.

Esta breve retrospección, Adrián la comparte desenfadado y sin tintes melodramáticos. —Me preguntas que ¿cómo fue mi acercamiento a la música? raro, sin duda. Nací en la Ciudad de México, y, por circunstancias familiares, nos fuimos a vivir a la capital de San Luis Potosí, a una colonia ubicada al sur —a Bellas Lomas— un barrio entrañable para mí al que vuelvo cada vez que puedo, dónde hice grandes amigos; anduve inmerso en pandillas y drogas, y en el que por primera vez escuché una banda de viento.

Cuando tenía más o menos 17 años, a mi amigo Fidencio lo ‘castigaron’ mandándolo a tocar con una banda de viento —ríe—. Él me pidió que lo acompañará. No muy convencido fui con él, estando ahí su maestro me preguntó —¿oye no te gustaría tocar algo? — y yo: no, no, gracias.  El maestro insistió, me dijo que hacía falta un tubista. Me negué nuevamente, porque yo no sabía cómo era, ni cómo sonaba una tuba.  Y ¡zaz! que en ese momento abre un estuche y veo una ‘cosa’ verde, vieja y fea —sonríe—. Yo quedé estupefacto, pero aún así el maestro me convenció.

Así fue como entró a ensayos, conciertos y encuentros regionales de orquestas juveniles, comenzó a tocar la tuba sin estar plenamente convencido, incluso cuando ingresó a la Escuela de Iniciación Musical Julián Carrillo, esperaba que se abriera un lugar para aprender a tocar el fagot, pero en ese momento llegó la primera oportunidad para ingresar a la Orquesta Sinfónica Infantil de México (OSIM).

¿Cuáles eran mis expectativas? —Te soy sincero, no tenía ninguna. Solo sabía que era una posibilidad de hacer algo diferente— Describir cómo fue mi llegada al Campamento, te puedo decir que fue un choque cultural, algo ‘curioso’, pues, aunque la OSIM está abierta a niñas y niños de todo el país, de diferentes estratos económicos y costumbres. La rudeza de mi barrio me hacía estar siempre a la defensiva, y pensando que no era un lugar para mí. De hecho, cuando llegué al primer ensayo, el maestro Sergio ya estaba por iniciar, se detiene y todos voltean hacia mí, sonriendo y cuchicheando sobre mi aspecto y es que —sonríe— llegué con un paliacate en la cabeza, con una actitud desafiante como de ‘no les tengo miedo y no quiero que me hablen’, una barrera qué con el tiempo, la convivencia y el trabajo colectivo se rompió y revirtió creando lazos muy fuertes”.

De hecho, uno de los niños que más me molestaba, hoy es uno de mis mejores amigos, él es Juan Caltzontzin, cornista principal de la Camerata de Torreón, precisa y recuerda que, al entrar al cuarto le decía a Diego Gutiérrez — violonchelista del Centro de Experimentación y Producción de Música Contemporánea— “No quiero que ese hippie agarre mis cosas ¿ya viste como viene vestido? y yo atrás de él —le contesto retador— ¿de qué hablas? Hoy nos acordamos y nos reímos, porque con el transcurrir del tiempo, entre ensayos, comidas, juegos, conciertos y traslados, aprendimos orgánicamente a respetar nuestras diferencias, a reconocer que el trabajo colectivo —cuando tocamos juntos— buscamos un mismo objetivo”.

Es en este punto, donde Adrián Izquierdo, hoy tubista profesional, con dos grados de Maestría en en el Conservatorio Claudio Monteverdi de Bolzano, Italia y la Universidad de Texas Valle del Río Grande, Estados Unidos, detiene su relato elocuente para subrayar que más allá del carácter y experiencia estética de la música, lo más valioso que le brindó OSIM fue la experiencia colectiva de hacer música; esas vivencias con niñas y niños de todo el país fueron las que rompieron sus estereotipos, las que provocaron que él se abriera y se diera la oportunidad de conocer a más personas, lo que expendió su mirada y le dio la certeza de que podía llegar más allá de lo que veían sus ojos.

“Pertenecer a la OSIM fue como sacarme la lotería para cambiar mi vida sin comprar un boleto; después de la gira de 2005, yo regresé a mi realidad, a lavar coches en la noche, a estar con mis amigos del barrio. Al terminar la gira de 2006, pensaba lo mismo. Fue muy bonito, pero ya acabó, ya pasó”.

Se negaba a mirar más allá de sus ojos. Hasta que recibió la segunda llamada más trascendental en su vida. “Una tarde, después de las giras por España y Estados Unidos, mi amigo Addí Hernández, trombonista de la Orquesta Filarmónica del Desierto, de Torreón, Coahuila, me llamó y dijo ¡qué onda hermano, vente! Acá estamos ‘Calzón’ —como llamamos a Caltzontzin—, Rafa y varios ex OSIM más. —No tengo dinero, contesté—, su respuesta fue —hermano no tengo mucho, pero yo te ofrezco un pedacito de piso aquí en mi casa ¡vente! — No dudé más, conseguí dinero para mi boleto de autobús. Llegué con ellos, hice la audición para la Universidad Veracruzana y años después me titulé como Licenciado en Música”.

Esta anécdota redunda en lo que ha sido para muchas generaciones de niñas y niños la OSIM. “Un programa vital que debe pervivir, porque su impacto social, que ha influido en muchas historias de vida de niños que, como yo, no tenían idea de qué hacer en el futuro. OSIM nos dio dirección, creó lazos fraternos y un sentido de pertenencia muy fuerte y transgeneracional que pocas instituciones hoy en día tienen”, concluye el joven tubista que espera en algún momento regresar a OSIM y trabajar con los nuevos seleccionados, como lo hace con otras instituciones de enseñanza musical que han formado parte de su historia.

Historias como la de él se escriben en los campamentos y a través del tiempo, por eso la hermanad entre los ex-OSIM crece y se fortalece año con año.

Si tú tocas un instrumento orquestal, ¿ya viste la Convocatoria OSIM 2024?