Niñas de Zozocolco llevan un pedacito de su comunidad a Bellas Artes en el marco del Año de la Mujer Indígena
Yulissa, violinista del Semillero Ensamble Comunitario Tradicional de son huasteco “Cántaros de Sol” comparte sus impresiones antes de pisar este emblemático recinto

Para Yulissa, integrante del Semillero Ensamble Comunitario Tradicional de son huasteco “Cántaros de sol”, de Zozocolco, Veracruz, es importante compartir con el público la fuerza y herencia cultural de su comunidad, pues, tocando y/o cantando sones huastecos o danzas totonacas se mantienen vivas las tradiciones y costumbres de su tierra, sobre todo porque aún hay gente que habla esta lengua y porta con orgullo la vestimenta típica, la cual cuenta su historia a través de los años.
Ella, junto con algunas de las compañeras de su Semillero Creativo de música, tendrán la oportunidad de interpretar esos sones tradicionales en el Palacio de Bellas Artes, durante el concierto “Por donde pasa la luna” que se realizará en este recinto para conmemorar el Día Internacional de la Mujer Indígena, donde el color y festividad de huapangos huastecos y danzas totonacas se apropiarán de este magno escenario, para mostrar un pedacito de Zozocolco.
Fue en el Semillero Ensamble Tradicional Comunitario de Son Huasteco “Cántaros de sol”, donde Yuli —como le gusta que le digan— aprendió a tocar el violín, a cantar y a bailar, pero sobre todo, a sentirse orgullosa de sus raíces. “Lo bonito es que cuando salimos a tocar siento que llevamos un pedacito de Zozocolco con nosotras”, dice.
Desde los siete años, el ensamble se ha convertido en su segundo hogar, ya que llegó en un momento difícil: sus abuelitas habían fallecido y ella no quería ir a la escuela ni convivir con nadie. Pero en “Cántaros de sol” encontró un espacio dónde volver a sonreír, hacer amistades y descubrir que la música podía curar la tristeza. Desde entonces, el violín —al que cariñosamente llama Lupita— se volvió su compañero inseparable.
Aunque no habla totonaco, cantar en esta lengua indígena le ha abierto un camino para conectar con su tierra. Aprenderla no es fácil, admite, porque una sola palabra mal pronunciada puede significar otra cosa, pero sus maestras y maestros le han enseñado a valorar cada esfuerzo, a entender que detrás de esas palabras hay historias, memoria y comunidad.
La vida en el ensamble no se limita a los ensayos, Yuli y sus compañeras y compañeros bailan huapango, realizan talleres abiertos al público y elaboran artesanías como globos de cantoya, que después comparten en sus comunidades. También aprenden sobre el valor de la escuela, de las tradiciones y de la vestimenta típica. Ella conoce, por ejemplo, que los colores y encajes de las nahuas que usan las mujeres transmiten mensajes sobre la vida de quien las porta. “Este semillero es muy bonito porque no deja morir nuestra cultura y aprendemos muchas cosas de ella”, dice convencida.
Entre sus recuerdos más felices está el viaje a Mixtlán, donde compartieron música y baile con la comunidad. Pero lo que más la emociona está por llegar: el concierto en el Palacio de Bellas Artes. “Me siento feliz, emocionada y con un poquito de nervios. Hemos trabajado con mucho esfuerzo para llevar nuestra música a otros lugares”.
Con una mirada al futuro, Yuli sueña con seguir estudiando música, aprender a tocar la jarana y, algún día, llevar los sones huastecos hasta la Basílica de Guadalupe. Por ahora, su meta está clara, pararse en este magno escenario, levantar su arco y, entre notas y voces en lengua totonaca, recordarle a todos que la niñez indígena no sólo preserva la tradición, también la hace resonar con fuerza.
LARR