Mientras estudiaba artes visuales, me sentía incompleta; no imaginaba mi vida sin la música; fue así como decidí ser pianista
Mariana Martínez, pianista de la Orquesta Escuela Carlos Chávez

Desde los tres años, Mariana Martínez Villacorta estuvo inmersa en la música, porque sus padres decidieron que estudiara violín. Sin embargo, ella solía jugar a “toquetear las teclas” de un piano. Fue así como, a los seis años, ingresó a la escuela de iniciación del Centro Cultural Ollin Yoliztli, guiada por su maestra, Camelia Goila, a quien describe como un pilar en su formación por ser “muy pedagoga y amorosa, porque transmitía el amor al piano de una manera súper bonita y muy sencilla”.
Estos primeros años se llenaron de concursos, en los cuales, Mariana descubrió no la competencia, sino la convivencia y el gozo de compartir música. En este tiempo, ella ganó premios y algo más importante, confianza. “Me encantaba que la gente me escuchara” —recuerda con nostalgia, la joven pianista—, quien entendía la música como un juego noble, antes de que los juicios y presiones la abrumaran.
En ese momento, Mariana decidió apartarse de ese camino y disfrutar del estudio del piano, sintiendo que cada nota era un “apapacho al corazoncito”, como ella describe al sonido del instrumento, para expresar que es “muy dulce, pero también muy fácil de moldear [...] para hacer cambios de sonido”.
Después de terminar sus estudios en la Escuela de Música Vida y Movimiento del Centro Cultural Ollin Yoliztli, dudó en continuar su vida profesional como pianista, dejó un año suspendido su amor por la música y decidió estudiar Artes Visuales en la Universidad Nacional Autónoma de México, aunque, ella cuenta “no me imaginaba mi vida sin la música o sin el piano y es cuando decidí que tenía que hacerlo porque si no, me sentiría incompleta”.
Hoy es parte de la Orquesta Escuela Carlos Chávez bajo la tutela de la doctora Farizat Tchibirova, con quien Mariana ha descubierto una forma de estudio más introspectiva, enfocada en el detalle y la intención, aprendiendo que no solo se trata de tocar, sino de transmitir al público mediante la expresión corporal, la presencia escénica y la autenticidad emocional que también forman parte de la interpretación.
En este camino, Mariana ha explorado un nuevo espacio que la ha transformado, como son los ensambles de piano. Aunque el piano es, por excelencia, un instrumento solista, tocar en dúo o en cuatro manos ha expandido su entendimiento musical. La escucha se vuelve colectiva, los cuerpos se sincronizan en movimientos, respiraciones y miradas apenas perceptibles. “Tienes que tener el oído más abierto que nunca”, explica. En este formato, no hay director. La dirección está en la intuición, en los silencios compartidos, en confiar en que la otra persona también está respirando contigo.
Este 28 de mayo, Mariana interpretará el Andante del Concierto No. 2 de Dmitri Shostakovich, una obra que considera de las más bellas del repertorio de música para concierto. “Es una melodía simple, transparente... y justo por eso tan difícil: porque en su sencillez tienes que decirlo todo”, reflexiona.
En los próximos años, Mariana sueña con estudiar en el extranjero, y volver un día a compartir todo ese conocimiento con las nuevas generaciones de músicos en México. Porque su historia no es solo la de una pianista: es la de una mujer que decidió escuchar su corazón, aún en los momentos de duda, porque la música debe hacerse por gusto: “Y si algo no te hace feliz, cámbialo. Porque cuando haces lo que amas, vale la pena luchar”, concluye la pianista mexicana, Mariana Martínez.
LARR